lunes, 11 de mayo de 2009

PUTA GERONTOCRACIA.

Hola a todxs. Hoy toca una de humor. Estaba en el hospital Gregorio Marañón esperando para hacerme unos análisis. Como la cúpula del politburó, una aplastante masa de abuelos fascistas se cernía sobre mí y sobre dos pobres inmigrantes que no sabían la que se les venía encima.

Guardo la cola, como de costumbre y una señora que estaba delante de mí me pide que le guarde el sitio. Se sienta. Me parece bien ayudar a los ancianos, dado que no tienen estas piernacas postadolescentes que porta un servidor. Pero me parece cojonudo (entiendo por ''cojonudo'' una cabronada, ya está bien del puto lenguaje machista) que después de aguantar de pie toda la puta fila, ella sólo se levante para colarse cuando ya me tocaba a mí. Aguanto. No pasa nada. Doy los papeles en recepción y espero a que me llamen.

La situación es tensa. Yo no sabía qué hacía en la sala de espera de la sección de análisis y extracción de sangre de un hospital, rodeado de lectores del 20 minutos y la Razón, portando orgullosos sus botecitos de pis. El papel que llevaba en la mano, golpea en un movimiento desfortunado el bolso de una señora. Y digo golpea por emplear la jerga al uso, pero no sé si rozar levemente el bolso de la susodicha con el filo de un folio es ''golpear''. El materialismo derivado de la sociedad capitalista ha hecho que el bolso de las señoritas peperas sea para ellas como una extensión de su cuerpo. El daño infligido a su bolso se reprodujo en su sistema nervioso hasta derivar en una mirada de desprecio. Pienso, de hecho, que si se quiere hacer vudú a una pensionista pepera, no hace falta un muñeco de tela, sino su bolso.

Llega el momento. Tras oir una sucesión de ''Anselmos'', ''Timoteos'' y ''Romualdos'', que devino cuasi-eterna, escucho mi nombre. Me dispongo en una nueva fila, a recibir el volante necesario para el análisis, para después pasar al ''vampiro''. Después de mi nombre, la megafonía cita a la señora casposa en cuestión (en este caso, casposa no significa sólo fascista, puesto que las partículas blancas de su cabellera se aferraban como lapas a su chaqueta azul). Me pongo delante de ella en la cola. Tras ella, se escucha el nombre de uno de los inmigrantes. ''Mekitte Matombo''. La señora mira con desprecio a Mekitte, por tener el mismo derecho que ella a ser persona. Aquel africano me caía bien, sólo por encabronar a la víbora aquella.

Pero mi indignación no ha llegado aún a su tope. La anciana me mira y me dice:
-Yo voy delante.

Mi cabeza busca un porqué. ''Ella no va delante, me ha nombrado amí primero''. Ya cuando me disponía a preguntarle a la señora la causa de tal afirmación, la enfermera llega y me da el volante a mí primero, y con él la razón sobre el asunto. Le digo a la vieja:
-Me ha nombrado a mí primero.

Se cabrea, me mira a mí y a Mekitte y dice:
-¡Cómo ha cambiado esto!

¿Cómo ha cambiado el qué? No, aquella frase ocultaba, inevitablemente un ''si Franco levantara la cabeza''.

En fin, que puta gerontocracia.

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